Los pescadores buscan nuevas formas de subsistir. La escasez de productos y el alza en los precios han sido factores para la precariedad de oficios como la acuicultura.
Con su chinchorro a la espalda salió de pesca. Era la última vez. El día era gris y Taganga parecía un lugar sin vida. Eran las cinco de la mañana y para aquel pescador fue extraño no ver a sus colegas. Pasaban las horas, no tuvo suerte, ningún pez picaba el anzuelo que preparó una noche atrás. Prendió el motor y regresó al pueblo, la luz del sol aún no aparecía. Caminó por la orilla del mar, donde solía vender todo lo producido, atravesando cada puerta, como si fuera un niño perdido. Encontró a sus colegas sentados en la mesa de un pequeño bar, se acercó lentamente a ellos, e inmediatamente le dicen: “ya no nos da para sobrevivir, ir de pesca ya murió”.
Según el más reciente estudió del PNUD, Colombia cuenta con 300.000 pescadores activos en todo el territorio, los cuales deben afrontar las largas jornadas laborales para poder subsistir en el día a día. La labor del pescador se ha venido cayendo debido a los altos costos en productos tales como la gasolina para los motores. Por este motivo, varios pescadores han tenido que abandonar el negocio de la pesca y optar por otras oportunidades laborales como el turismo o la agricultura. La alcaldía, ante la constante necesidad de este grupo social, no responde a las peticiones de los pescadores y los ha dejado en el olvido.
“La pesca siempre fue un sustento y fue lo primero que conocimos”, comenta Pedro Chocontá, coordinador de la asociación de pescadores indígenas de Santa Marta. Esta actividad se les enseña desde que los niños tienen cinco o seis años, cuando son llevados a los botes para que poco a poco vayan aprendiendo todo lo que se necesita para ejercer la labor de pescador. “Es una tradición de todas las familias de acá”, menciona.
El día para un pescador inicia a las cinco de la mañana y termina a las cinco de la tarde. Las ganancias deben repartirse al terminar la jornada, donde generalmente cada pescador se lleva un 25% de lo producido para poder venderlo en el puerto de la orilla de la playa. “Se venden a un precio injusto -explica Pedro-. Como pescadores estamos cansados y fatigados, entonces nos vemos en la obligación de venderlo así”. Cada pescado se vende según su peso y tipo, los precios oscilan entre siete mil a nueve mil pesos. Son vendidos en el mismo lugar debido a la falta de un centro de acopio en el sector.
El gran problema que arrasa el oficio de pescador es el pasar del tiempo, ya que es una labor que ha venido decayendo aproximadamente 30 años atrás. “El 2000 ya empezó con bastante escasez en la pesca”, agrega Pedro Chocontá. Las pocas ventas, junto con la necesidad de sobrevivir, ha ocasionado que varios trabajadores cambien de oficio. El guía turístico es el principal trabajo por el que optan la gran mayoría de pescadores que buscan la manera de subsistir. Por primera vez en Colombia, el mismo estudio de la PNUD indicó que se generó un índice de pobreza multidimensional exclusivo en la población pesquera, así como un índice de necesidades básicas insatisfechas.
“Yo no lo cambiaría, pero sí la alternaría con un turismo viable”, relata Pedro haciendo referencia a la posibilidad de cambiar de profesión. Uno de los grandes objetivos de los más experimentados es lograr una pensión y la salida más viable a este objetivo es el de abandonar la pesca e ir en busca de nuevas profesiones como los trabajos con el distrito o con terminales de transporte. Por esta razón, cada vez se ve menos la presencia de pescadores por el caribe colombiano y, del mismo modo, el porqué el alza en los precios de la comida de mar.
Para Alisir Pinto, pescador indígena de Taganga, la casi desaparición de la profesión supone ser un golpe fuerte a la industria, “yo veo que a la gente ya no le gusta entrar a pescar, entiendo que porqué ya no da plata y hay que comer de algún lado”. Ante esta problemática se le ha hecho un llamado a la alcaldía para que tome cartas en el asunto, sin embargo, este grupo de pescadores no han recibido respuesta hasta la fecha.
Nadie se ha manifestado. La negligencia por parte de los altos mandos se ve reflejada en el nivel de importancia que tienen con respecto a la calidad de vida de sus habitantes en zonas pesqueras. “No nos ayuda el gobierno -dice Alisir-. Nosotros tenemos que salir para subsistir, aquí la mayoría somos pescadores”. En algunas ocasiones, el gobierno se ha opuesto a dejarlos salir de la playa.
Una vez en aquel bar, solo lágrimas salían de sus ojos. Dejó caer el chinchorro. La única forma de comer era dejando el trabajo que le había sido impuesto desde niño. Pasaron los días, ahora Alfonso Pérez era un guía turístico. Ya no pasaba día y noche en el mar, ahora recorría el pueblo, descubre lugares que antes le era indiferente, lograría pensionarse. De vez en cuando volvía a prender el motor, nunca dejará de ser un pescador.
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